Todos los lugares que visitamos tienen mucho más que ofrecer que lo que, al principio, nos parece. Coffs Harbour, no fue una excepción. Además, al estar en la costa este de Australia, en Nueva Gales del Sur, estaba en nuestro camino hacia Brisbane.
Llegamos aquí desde Christchurh, Nueva Zelanda, con escala de unas horas en Sydney.
Aterrizamos en el aeropuerto de Coffs Harbour en un día lluvioso. Nuestra familia de acogida nos estaba esperando. Vamos de familia en familia, de amabilidad en amabilidad. Con los intercambios de casa no solo ahorras dinero, sino que ganas amistades y experiencias.
Estábamos a 1 de diciembre y el verano, oficialmente, había comenzado. Fuimos a dar un paseo por los montes de alrededor para ver las plantaciones de plátanos, el bosque húmedo y las vistas desde un mirador. Al volver paramos a comprar en un curioso puesto-autoservicio: el dueño había puesto los plátanos en bolsas de plástico al precio de tres dólares, el que quería comprarlos echaba el dinero en un tubo que llevaba hasta un bote al lado de la casa. Muy cómodo para él, además de muy confiado.
Al día siguiente fuimos a un camping donde el coro de nuestra familia, Sing Australia, daba un concierto ante unos campistas; algunos, en bañador; otros, disfrazados. Todos habían decorado sus caravanas con motivos navideños. En el mismo camping vimos por primera vez canguros en un campo de golf, no porque les gustara este deporte, sino porque la hierba debe estar muy buena y fresca. No se asustaron mucho cuando nos acercamos. Siempre es emocionante ver animales en libertad, fuera de los zoos.
Después del recital nos invitaron a cenar en un pub, en el cual, por primera vez en todo nuestro viaje, encontramos un ambiente similar al de cualquier bar de España: mucha gente de variadas edades charlando mientras se oía música. O sea, ruido, comer y beber. Lo único diferente fue que, de vez en cuando, había una rifa de unos alimentos que mostraban en una cesta.
Nuestra casa estaba a menos de cinco minutos andando de una playa con un oleaje un poco fuerte, ideal para los numerosos surfistas que había. Por las mañanas te despiertan los pájaros con variados trinos, muy bonito pero ¡podían dar el concierto a otras horas! Por las tardes oíamos otros diferentes. A veces les imitábamos y, creíamos que nos contestaban. Si sales por la puerta de atrás llegas a una playa o a un acantilado para ver la costa a través de un pequeño bosque en el que vimos cruzarse a un ualabí..
Por estos alrededores paseamos los días en los que no hacía bueno para ir a la playa. Donde sí nos bañamos -¡en diciembre!- fue en la playa Jetti, al lado del puerto, la cual tiene un oleaje más suave, allí disfrutamos intentando practicar el bougie board un par de días.
Una tarde nos invitaron a cenar en la casa de la hermana de nuestros anfitriones. La terraza con unas vistas fenomenales al mar, mientras atardecía veíamos pasar volando parejas de cacatúas negras y loros. Les correspondimos invitándoles a cenar al día siguiente. Preparamos unos pinchos a base de tortilla de patata, pan con tomate y ¡jamón serrano! y botones rellenos. Parecía la feria de tapas en las fiestas de Burgos. Incluso encontramos vino de Ribera del Duero en el supermercado.
El puerto de Coffs Harbour es un buen lugar para pasear. Por un lado ves la costa, por el otro la Isla Muttonbird, a la cual se puede acceder andando porque la han unido por medio de un rompeolas para proteger el puerto. La isla es una reserva de seabirds; aquí vienen, desde Filipinas, en noviembre para anidar. Solo se puede caminar por un sendero porque a los lados está repleto de nidos, no te puedes salir a menos que quieras pisar unos lagartos enormes (blue tongue lizard) que frecuentan los nidos. En frente está la isla Solitary que es donde acaba la Barrera de Coral. Según la época del año se pueden ver ballenas y delfines. No tuvimos suerte. En el puerto nos tomamos un helado artesanal; el señor hablaba algo de español porque había estudiado hace treinta años en Salamanca. ¡Qué pequeño es el mundo!
No todo lo interesante está en la costa. Hacia el interior visitamos el Parque Nacional de Dorrigo: un bosque húmedo que se formó hace unos 45 millones de años, después de que se separara Australia del continente sur Gondwana. Nos adentramos por el sendero marcado, por el cual ibas conociendo realmente este hábitat: pájaros cantando, árboles, raíces y lianas enmarañadas por todos los lados, hiedras trepando por los árboles, incluso vimos a un ualabí. La parte mala fueron las pequeñas sanguijuelas que se te adherían a la piel y a la ropa. De este bosque se obtienen muchos productos farmacéuticos.
A la vuelta paramos en Bellingen, pueblo en el que se conservan algunas de las primeras casas y tiendas de principios de siglo XX, cuando se fue estableciendo gente en esta zona.
También visitamos el Parque Nacional de Bongil Bongil; primero aparcamos en Mylestom para ver la costa y el estuario. Después fuimos a Tuckers Rocks para pasear un poco por la playa observando la inmensa costa.
En este parque hay zonas de eucaliptos, comida esencial para los koalas; de hecho encontramos señales indicando que había que conducir con cuidado para no pillarles. No vimos ninguno.
Hemos pasado un par de semanas en Coffs Harbour, descansando, repasando materias, disfrutando del mar, planeando el resto del viaje, que si China sí o China no; al final, sí. A veces pensamos que quién nos manda subir otra vez al Hemisferio Norte, con lo calentitos que estamos en el Sur, pero es una tentación y una cultura digna de conocer. Tendremos que sacar los visados en Brisbane.
El último día nos llevaron a la estación de tren que sólo existe desde hace 20 años. ¡Este sí que es el nuevo mundo!