Liérganes es un pueblo pequeño que tiene una gran leyenda: la del hombre pez. Fue un joven que vivió en el siglo XVII, de origen humilde. Él solo recorrió a nado la increíble distancia desde Cantabria hasta Cádiz, donde fue encontrado por unos pescadores.
La costa oriental de Cantabria
Liérganes está muy cerca del Mar Cantábrico, en el valle del Miera. Es un río que recorre durante 41 kilómetros, la pendiente que va desde Castro Valnera hasta la Bahía de Santander. Su curso resume lo que es Cantabria: montaña y bosque, piedra y agua, ría y mar. Desde el puente de Liérganes es todo un espectáculo verlo pasar.

La costa oriental de Cantabria es uno de esos paraísos cercanos que son sobradamente conocidos por sus playas únicas.
Noja se llena en verano y Semana Santa, pero durante el resto del año es un remanso de paz. Desde allí buscamos rutas en coche que no llevaran mucho tiempo porque el cuerpo nos pedía descanso. En la oficina de turismo nos recomendaron recorrer el municipio vecino de Bareyo y, además, adentrarnos hacia Liérganes, núcleo urbano declarado de interés histórico artístico.
De Bareyo nos impresionó la costa, desde el Cabo de Ajo hasta el Cabo Quintres, la caída de los acantilados, 130 metros nada menos, y el verdor de los prados. El contraste es de gran fuerza visual. No solo eso, pudimos ver en vivo la pesca de un congrio enorme y la forma de limpiarlo de inmediato, algo no muy común para los que somos de interior.

Liérganes
Nos recibió con su río como gran protagonista y curiosamente, frente a él, un bar cuyo nombre nos llamó poderosamente la atención: El hombre pez.
No sabíamos nada de esa leyenda hasta que, llegando al puente, bajamos a echar un vistazo al río y vimos la escultura de un hombre sentado desnudo mirando hacia la corriente, como pensando en lo que habría más allá de ella. Conocimos la historia de Francisco de la Vega, un muchacho nacido en 1660 en Liérganes, que llegó nadando hasta Cádiz. Nos sorprendió, pero no dudamos de su veracidad, aunque esta se presta a todo tipo de conjeturas.

Al poco de esto nos llegó la noticia de una novela titulada El hombre pez de nuestro paisano José Antonio Abella, publicada en 2017. La leímos y nos encantó por la credibilidad que desprende, dado lo insólito que resulta el hecho de que alguien pueda nadar de Cantabria a Cádiz. Además, habíamos visto ya las calles de Liérganes, su fábrica de cañones, sus casas señoriales, su iglesia y no nos costó imaginar cómo sería la vida de una familia humilde en el siglo XVII.
La fábrica de artillería o Casa de los Cantolla se colocó ahí para aprovechar la madera de las cabeceras del valle, que servía como combustible en el proceso de incineración del mineral del hierro.

Ese día comimos un menú casero muy rico en el Mesón de Liérganes.
Noja
El resto de nuestras comidas las hicimos en Noja, en los restaurantes cercanos a la playa del Ris.
Después de comer paseábamos por la Ruta de la costa, viendo acantilados y el mar hasta llegar al centro del pueblo que no tiene mucho atractivo.


Antes de convertirse en lugar de veraneo, el municipio de Noja estaba formado por casas dispersas repartidas en barrios: El Arco, Palacio, Castrejón, Ris, Trengandín, Pedroso, Cabanzo, Fonegra, La Rota, Helgueras y El Brusco. Además del Palacio de Velasco y del Albaicín, hay varias casonas señoriales del siglo XVIII, rodeadas de fincas, la mayoría de ellas residencia habitual de familias de Noja; otras se construyeron para veranear a principios del siglo XX, cuando los baños de ola se pusieron de moda.

Después del paseo apetecía sentarse en una terraza, frente al mar, a contemplar el romper de las olas y mirar hacia el infinito. Como el hombre pez.
Teatro Crítico Universal de Feijoo
El más sorprendente de los viajes por mar de Francisco de la Vega, el hombre pez, se inicio una noche de San Juan, en la ría de Bilbao. Dejó su ropa en la orilla y no se volvió a saber de él. Se le dio por muerto hasta que cinco años más tarde, unos pescadores en el Mar de Cádiz divisaron una figura humana que se les arrimaba nadando. Volvieron al día siguiente, vieron que comía lo que le daban. Aunque parecía no entender ninguna lengua, al cabo de unos días pronunció la palabra Liérganes.