Día de lluvia, aún con todo se veían los paisajes de la costa este que no paraban de sorprendernos. Siguiéndolos llegamos a Seyðisfjörður.
Fiordos del Este
La lluvia caía y apenas nos dejaba ver los paisajes de los fiordos del Este. En algunos momentos solo nos permitía adivinar las laderas cercanas a la carretera 1. Poco a poco fue amainando y, aunque el día no fue soleado, pudimos ver algo.
En Islandia hay unas cuantas las cascadas famosas, pero cuando se va recorriendo el país se encuentran otras muchas que merecen una parada, como las que encontramos a partir de Núpur.

Djúpivogur
Djúpivogur es un pueblo pesquero donde a mediodía encontramos un súper para hacer la compra y un restaurante frente al puerto.
Volvimos a pedir una sopa que cocinan en una gran olla eléctrica que se usa por los países nórdicos. Ya nos estábamos acostumbrando a probar esta comida de cuchara que hay en la mayoría de los restaurantes de Islandia.
Suele estar muy sabrosa y hay variedad de recetas. Purés, cremas, menestras con carne o pescado… aquí a todo llaman sopa y se acompaña de pan y agua en abundancia, que es muy buena. Tienen buen precio y, como se puede repetir sin pagar más, pues sales bien servido y con el cuerpo entonado.

Como en el pueblo no había más que hacer seguimos por la carretera 1 hacia nuestro destino, Seyðisfjörður.
Paso de Öxi
Unos kilómetros más allá de Djúpivogur se nos planteó la disyuntiva de seguir por la Ring Road 1 o por la 95, que corresponde al Paso de Öxi.
Decidimos seguir por la 1 para ver una parte más de los fiordos del Este. Por el paso de Öxi nos ahorraríamos unos cuantos kilómetros; al final mereció la pena adentrarse por los fiordos ya que vimos bastantes cascadas alrededor de Reyðarfjörður, 25 kilómetros antes de Egilsstaðir, ciudad de entrada de los fiordos del Este si viene en el otro sentido.
En casi todas las cascadas que vimos el agua caía en escalones, en zigzag.

Lago Lagarfljót
En Egilsstaðir nos adentramos por la carretera 95 para ver el lago Lagarfljót, pero la lluvia empezó a caer de forma tan persistente que desistimos y regresamos camino de Seyðisfjörður.

En el corto trayecto que hicimos al lado del lago Lagarfljót nos gustó el paisaje por la vegetación que había, algo inusual en Islandia. Solo un 0,5 % de su superficie está cubierta por bosques.
Los vikingos que la poblaron acabaron con ellos para construir sus viviendas y calentarse. La repoblación forestal es uno de sus retos actuales. El abedul es uno de árboles autóctonos que se encuentran, pero se están introduciendo otras especies..
Seyðisfjörður
En la carretera desde Egilsstaðir a Seyðisfjörður las vistas son tan imponentes como las curvas y la pendiente. Aun así, está bastante bien para ser un puerto de montaña.
Unos 2 km antes de llegar a Seyðisfjörður está la cascada Gugofoss. Es pequeña pero, como todas las cascadas, merece la pena.

Seyðisfjörður es un pueblo agradable, está al final de un fiordo. Desde aquí salen barcos hacia las Islas Feroe una vez por semana.
Dimos una vuelta por el pueblo, que es pequeño pero con ambientillo, pues algunos artistas lo han elegido como lugar de trabajo. Lo más curioso es el arte urbano que ilumina el camino que lleva a la iglesia. Se puede seguir dando un paseo al borde del lago.

Donde empieza la escalera de colores está el pub El Grillo, con un estupendo ambiente para pasar la tarde del sábado y cenar.
La tranquilidad es total en Seyðisfjörður. Cuesta imaginar el trajín que debió de haber en la II Guerra Mundial cuando Islandia fue ocupada por el ejército aliado.
Alojamiento
Nos alojamos en Hafaldan HI Hostel que habíamos reservado con Booking y fue todo un acierto.
Está muy céntrico, limpio y tiene mucho encanto detalles del pasado, ya que fue un hospital durante la II Guerra Mundial.
Hay habitaciones dobles y literas. La cocina y los baños son compartidos, pero no hubo aglomeración en ningún momento. También tiene sauna. La cocina y el comedor tienen mucho encanto. Totalmente recomendable.
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