Llegamos a San Petersburgo por la mañana en el barco de la compañía Moby – San Peter Line, Princesa Anastasia. Teníamos jueves, viernes y sábado, 72 horas, 50 de ellas útiles que queríamos aprovechar a tope.
Barco de San Peter Line y Visa de 72 horas
La compra del pasaje en el Anastasia incluye una visa para visitar San Petersburgo. La naviera Moby – SPL lo anuncia como VISA-Free journey porque se permite la entrada a Rusia por un periodo no superior a 72 horas con la condición de no salir del área de San Petersburgo y de dar a conocer a las autoridades el hotel donde se hospeda.
Eso sí, compramos un seguro IATI Básico con crucero para cinco días, ya que salíamos del ámbito de cobertura de la Tarjeta Sanitaria Europea. Nos costó 28 €.
El crucero-ferry zarpaba a las 19:00 de Helsinki, pero se podía embarcar desde las 16:00 con lo que hay tiempo para instalarse y hacer un recorrido por el barco. Hay música en vivo para todos los gustos en los diversos bares y restaurantes aparte de un espectáculo de variedades por la noche y de discoteca.

El Princesa Anastasia es un barco con historia. Al llegar al camarote nos sorprendió ver avisos en español. Se estrenó con el nombre de Olympia en 1986 y desde 1993 a 2010 fue el Pride of Bilbao haciendo la travesía Bilbao – Portsmouth. Cuando dejó de ser rentable se vendió a St. Peter Line y hoy día transporta miles de turistas por el Báltico.
Cómo moverse en San Petersburgo
Habíamos contratado el servicio de traslado al hotel en autobús con un guía que indicaba a cada pasajero dónde se tenía que bajar y la hora de recogida para el regreso. A las 12 estábamos en el hotel Silver Sphere Hotel, no muy lejos de la Catedral de San Isaac. Queríamos aprovechar la tarde para ir a visitar el Palacio de Catalina la Grande en el distrito de Pushkin, a unos 30 kilómetros, utilizando transporte público, todo un reto para unos novatos en la gran ciudad. La encargada del hotel nos recomendó la aplicación myguide.city
Para el metro necesitábamos dinero en efectivo, así que con indicaciones de unos y otros conseguimos llegar a un cajero. Nos costó un poquito comprender y que nos comprendieran, ya que el uso del inglés no está generalizado.
Para ir al Palacio de Catalina partíamos de la estación de metro de Admiralteyscaya, de las más profundas de la ciudad, y debíamos ir hasta Kupchino. Nos sorprendía la dimensión, el diseño y la decoración de cada uno de los lugares del metro. Los tramos de escaleras automáticas tienen puestos de vigilancia en la parte de abajo. Eso es algo que nos chocó bastante, la cantidad de empleados que hay en el metro para velar por la seguridad.
Palacio de Catalina
El minibús 545 nos dejó cerca del Palacio por un módico precio, pero había que caminar unos cinco minutos hasta llegar a la puerta que da acceso a los jardines. Desde fuera, este palacio es espectacular por su grandeza y aspecto de cuento de princesas, azul y dorado. De hecho, se tuvo como modelo para la película Anastasia, en la que es representado como hogar familiar de los últimos zares, aunque en la realidad nunca lo fue.
Ya dentro, vimos en los paneles que había tres diferentes recorridos. El que nos llevaba al interior del palacio tenía el número 3.

Este apartado se podría titular Aventura en el palacio porque vivimos algunas situaciones un tanto extrañas, tal vez por no habernos informado bien antes de ir, pero en ese momento no vimos cómo.
Después de unos 45 minutos en la cola bajo la lluvia accedimos al interior del palacio y, al pretender entrar al recorrido, nos dicen que es obligatorio dejar los abrigos en el guardarropa, con lo que tuvimos que esperar en una nueva fila, pues había muchísimos turistas chinos de excursiones organizadas.
Libres de nuestras húmedas chamarras y, de nuevo en la cola para pasar el control, al llegar nos dicen que nuestra entrada es solo para los jardines, que no sirve para el recorrido del interior del palacio. Nos quedamos con cara de pardillos delante de la empleada que nos miraba como si la estuviéramos tomando el pelo. Tuvimos que ir a una taquilla que había dentro del palacio para comprar la entrada. Esta vez fueron 1000 rublos por persona.
Ya con todos los requisitos cumplidos empezamos el recorrido, no sin antes tener que ponernos unas babuchas como de papel pinocho plastificado, para no rayar los suelos. Era un diseño tan curioso que guardé una de ellas, muy útil para meter zapatos en el equipaje. Hicimos el recorrido, tratando de no quedarnos atrapados entre tantos turistas.
Aún con todo, el palacio nos pareció hermoso, sabiendo que ha sido restaurado en 2003. Los nazis lo saquearon e incendiaron en la II Guerra Mundial.
Catalina la Grande lo construyó para que fuera la residencia de verano de la familia real. El Palacio Hermitage de San Petersburgo era el palacio de invierno.
Fortaleza de Pedro y Pablo
Regresamos a San Petersburgo para dar un paseo por el centro monumental. Estaba anocheciendo cuando llegamos a la estación de metro de Gorkovskaya, pero aun teníamos tiempo para disfrutar de las vistas de la ciudad iluminada, desde la Isla Zayachy, donde está la Fortaleza de Pedro y Pablo.
Desde el Troitskiy Bridge caminamos 15 minutos por la orilla del Nevá hasta el Buque museo Aurora, un testigo de la historia de Rusia y símbolo de la revolución comunista. El regreso lo hicimos por el Muelle de Palacio hasta la altura del Puente del Hermitage. El Canal Zimnyaya Kanavka nos condujo a lugares mucho más apacibles a esas horas como la puerta principal del Nuevo Hermitage, decorada con atlantes. Fue el primer edificio construido en Rusia con el propósito exclusivo de contener obras de arte. Atravesamos la inmensa Plaza del Palacio, pasamos debajo del arco del Edificio del Estado Mayor y paseamos por la calle que da a la avenida Nevsky.

Cenamos en el Bonch Coffee Bar, muy cerca del hotel, en un ambiente muy agradable además de buen precio. Tenía buenos vinos y detalles selectos.
Peterhof, otro palacio de verano
El viernes teníamos otro reto a la vista: Conocer los famosos jardines del Palacio de Peterhof, a unos 30 kilómetros del centro de San Petersburgo. Fue construido por Pedro el Grande en la costa del Báltico, tras haber conquistado las provincias suecas durante la Gran Guerra del Norte a principios del siglo XVIII.

Para llegar a Peterhof fuimos en metro hasta Baltiyscaya y de allí en minibús 404 hasta la misma puerta del palacio. Al no estar las fuentes activas por haber finalizado la temporada, no había tantos turistas. La ventaja fue que no tuvimos que pagar entrada.
Era mediados de octubre, había una niebla blanquecina sobre las copas de los árboles que daba al lugar un toque de irrealidad. Se podía pasear durante horas y olvidar el resto del mundo en este idílico lugar, lo que seguramente harían muy bien los zares.
El barco Meteor, que sale del muelle dentro del recinto de los jardines, nos llevó en 30 minutos a la realidad de la gran ciudad, justo enfrente de las columnas de la isla de Vasilevski.

Iglesia de la Sangre Derramada
Iba pasando el tiempo y nos quedaba mucho que ver. Había que elegir y nuestros gustos nos llevaron a la Iglesia de la Sangre Derramada y al Museo del Hermitage.

Arrancamos en el Puente del Palacio y atravesamos otra vez la plaza, seguimos por la calle Bolshaya Konyushennaya, con su bulevar en el centro. Había tiendas, hoteles, iglesias, estatuas, mercado de recuerdos, elegancia… También ruido. Al llegar al canal Griboedova vimos la preciosa Iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada.
Es de estilo ecléctico neorruso. La mandó construir Alejandro III en 1883 en el mismo lugar en que fue asesinado su padre en atentado terrorista. El exterior es llamativo pero el interior es espectacular todo decorado con una de las mejores colecciones de mosaicos de Europa.

El Nuevo Hermitage
De camino al Hermitage hicimos una pausa para comer algo en la tienda de panecillos situada al lado de un puente sobre el Río Moika llena de gente local.
No habíamos comprado entradas para el museo por internet, así que fuimos a donde han colocado unas máquinas expendedoras de entradas ¡en ruso! Al no entender, tuvimos que entrar dentro a que nos explicaran cómo funcionaban. Nos llevó un ratillo y tuvimos que pasar tres veces por el control de entrada hasta que conseguimos hacernos con ellas. Era viernes y el museo cerraba más tarde por lo que teníamos suficiente tiempo para ver lo principal y también el ala este del Edificio del Estado Mayor, donde está el arte impresionista, aunque en ese momento no entendimos que este último edificio era el que había enfrente del Palacio de Invierno, el que tenía un arco por el que habíamos pasado ya varias veces y que tiene más de medio kilómetro de longitud.

En el Hermitage hay un compendio de historia y arte que no se puede resumir en pocas líneas. Eso es un libro abierto en el que las páginas son salones y pasillos que te gritan las lecciones más largas. Los ojos y las piernas no dan abasto.
Estaban cerrando cuando llegamos al Edificio del Estado Mayor, a todo correr por la Plaza del Palacio, pero nos dejaron entrar, aunque con malas caras. Era grandioso por dentro, como una ciudad interior. Anduvimos perdidos por él hasta que nos echaron por cierre.
Catedral de San Isaac
Llegó el sábado y teníamos hasta las 2 para seguir descubriendo San Petersburgo. Éramos conscientes de que eso era empeño de titanes. Elegimos la Catedral de San Isaac, un monumento de proporciones grandiosas y un paseo por la Avenida Nevski.

La catedral es muy bella pero lo que más llama la atención son sus dimensiones: Una cúpula de 300.000 toneladas, 24 esculturas de ángeles decoran la balaustrada exterior, tiene 101,5 metros de altura, cimientos de 14, 5 m de profundidad, 400 kilos de oro, 16 toneladas de malaquita y 500 kilos de lapislázuli han sido utilizados para su decoración. Por otro lado, también impresiona la cifra de 400.000 obreros que trabajaron en ella, 100.000 de los cuales murieron mientras la construían.
Paseamos un rato por la Avenida Nevski que a mediodía del sábado estaba llena de gente y tráfico. Tiene muchos edificios modernistas como la Casa Singer, el Edificio Eliseev y el Cine Aurora.

Como el desayuno había sido copioso nos despedimos de San Petersburgo con un aperitivo en uno de los bares de la zona cercana a San Isaac.
Alojamiento
Nos alojamos dos noches en el Silver Sphere Hotel. Tiene una decoración muy elegante y el personal es muy atento y se intentan comunicar en inglés, lo cual es muy de agradecer. Las habitaciones son amplias y con muchos detalles. No tiene restaurante, pero cuenta con un pequeño self service cortesía de la casa donde puedes tomarte un café o un ligero tentempié. Para un desayuno abundante está el local de al lado con un amplio menú del que informan en recepción.