Íbamos a recorrer la Isla Sur de Nueva Zelanda, por la sorprendente ruta de Picton a Milford Sound, descubriendo sus paisajes tan variados, no nos cansamos de ver lagos, montañas y algún glaciar. ¡Qué más se puede pedir!
El sorprendente paisaje de Picton a Milford Sound
Cruzando a la Isla Sur
Nuestros anfitriones nos acompañaron al puerto a coger el ferry que nos llevó de Wellington a Picton. La verdad es que, aunque estés pocos días, coges cariño a las personas que te alojan en su casa, te hacen sentir como en la tuya propia, te reciben con un buen vino, te preparan cenas, te hacen una tarta; en fin, que cuesta mucho irse. Cada vez estamos más convencidos de las ventajas de un intercambio de casa.
Nada más salir de Wellington el barco se balanceaba mucho; pero, al cabo de un rato, las aguas se calmaron. El trayecto dura tres horas, en la última vas adentrándote por las islas con un paisaje muy hermoso que va cambiando hasta atracar en Picton.
Aquí cogimos el coche que habíamos alquilado para recorrer gran parte de la Isla Sur. En Nueva Zelanda alquilar un coche para recorrer las islas es bastante común, otros alquilan furgonetas preparadas para dormir; ves muchas por las carreteras, sobre todo en la Isla Sur; se las distingue muy bien, además de por la marca, porque algunas están pintadas de algún color, otras están “grafiteadas” con alguna frase escrita en ella; por ejemplo, en una estaba escrito: “Estudia Arte y Lógica: dibuja tus propias conclusiones”. Total, que como hay tanta competencia, es bastante barato y sencillo alquilar un medio de transporte.
Nelson
El primer tramo lo hicimos hasta Nelson por la carretera de Charlotte Drive, la cual va recorriendo en gran parte la costa. A pesar de las curvas nos gustó mucho ir por esa carretera menos transitada porque el paisaje lo merece y fue un buen inicio para empezar a conducir por el “lado equivocado”, según nosotros, claro.
Todos nos habían dicho que Nelson estaba muy bien. La ciudad, como todas, no tiene mucha gracia, pero el emplazamiento sí: montañas a sus espaldas y la Bahía de Tasmán, con el mar, delante. Nos quedamos a dormir en el Tasman Bay Backpackers, estaba limpio, con encanto de mochileros y barato, por la tarde dan pudding de chocolate y helado gratis.

Nelson
Estuvimos cenando en un restaurante con vista a la bahía; la camarera era nueva, pero muy simpática; había venido con su novio de vacaciones y aquí se habían quedado, por el momento, a vivir. Se ve que tenía ganas de conversación pues, cuando la preguntamos de dónde era, casi nos contó su vida. Resultó ser de Seattle, lo cual nos hizo recordar nuestros días en esa ciudad.
La lluvia viajaba con nosotros
Dejamos Nelson conduciendo hacia Motueka para conocer un poco más la bahía. Por el camino nos encontrando a una familia que estaba esquilando ovejas. Paramos un poco para verlo. Regresamos a la carretera 6 por otro camino de interior donde las diferentes plantas daban a los bosques distintas tonalidades de colores.

Lagos al lado de la carretera
Cuando nos acercamos a Westport ya empezó a llover, ahí paramos para tomar un café. En la cafetería ya estaban pintando motivos navideños en las ventanas. Cuando salimos seguía lloviendo y no paró hasta Greymouth, nuestra próxima parada; así que no apreciamos en buenas condiciones la costa oeste, llena de buenas vistas con rocas y peñascos en el mar de Tasmán.
Llegamos al Global Village, un albergue de lo mejor que hemos visto, decorado con motivos africanos. Mucha gente se aloja en estos albergues porque es una forma barata de dormir, en algunos tienes habitación propia o un dormitorio común aún más barato. Además dispones de cocina común, con lo cual ahorras y puedes hablar con la gente. Lo normal es encontrarte gente más joven que nosotros, los padres; pero se puede ver gente de todo tipo. La palabra “backpackers” (mochileros) aquí está muy extendida, la ves en un montón de alojamientos y es muy utilizada. Compruebas que, muchas veces, más que dinero, hacen falta ganas de viajar.
Glaciar Fran Josef
Estuvo toda la noche lloviendo, al día siguiente escampó algo y seguimos hasta el glaciar Fran Josef. No era un trayecto largo, así que llegamos pronto. Nos alojamos en el Glow Worm. Salimos a comer algo y comprar algunos alimentos. Aquí también había cocina común.
Franz Josef no es un pueblo, es un lugar con hoteles, restaurantes y centros turísticos que ha crecido como base para ir al glaciar del mismo nombre que está a escasos cinco kilómetros. Y allí fuimos por la tarde, lloviendo y escampando.

Glaciar Franz Josef
Esta vez tuvimos muchísima suerte porque cuando empezamos a caminar hacia el glaciar desde el parking paró de llover y las nubes empezaron a subir haciendo la tarde más clara, por lo cual pudimos ver el glaciar en todo su esplendor: rodeado de montañas con varias cascadas arrojando agua. Era la primera vez que veíamos un glaciar, es algo que te impacta y sobrecoge, es un paisaje especial, muy distinto a todo lo que estamos viendo en este viaje. El glaciar era mucho mayor hace un siglo, como podéis ver en esta foto.
Glaciar Fox
Al día siguiente, de camino, vimos el glaciar Fox, para llegar a él nos adentramos por un camino selvático. Esta vez vimos el glaciar solo desde lejos, había que proseguir viaje. Seguimos por la carretera de la costa, después por el Paso de Hass hasta alcanzar el Lago Wanaka y, al momento, el lago Hawea. Ambos hermosísimos.

Glaciar Fox
Es asombroso la variedad de paisajes que se pueden ver en Nueva Zelanda. En un mismo día vimos un glaciar, lagos, el mar y su costa y bosque, nos faltaba desierto; pero cuando llegamos a Queenstown nos adentramos por una carretera alternativa donde el paisaje era seco debido a la altitud. Desde la cima vimos Queenstown, donde devolvimos el coche en el aeropuerto. Habíamos conducido 1000 kilómetros.
Queenstown
En Queenstown nos alojamos de nuevo por medio de un intercambio de casa de Murray and Audrey. Él nos fue a buscar al aeropuerto y nos dio una vuelta por esta bella ciudad. Cuando llegamos a su casa, la cual había empezado a construir él mismo hace veinte años, nos recibió Audrey con una buena cena con tarta incluida. Al día siguiente nos dejaron la casa para nosotros solos pues se tenían que ir a Christchurch para seguir con los preparativos de la boda de su hija.
Queenstown tiene mucho encanto, es una ciudad pequeña pero muy nueva y su emplazamiento es único: a los pies del lago Wakatipu y rodeado de montañas.

Queenstown
Hay muchas tiendas de ropa deportiva y la ciudad está animada durante el día, sobre todo de turistas que van a ir, o acaban de venir de Millford Sound. Nosotros reservamos una excursión para el día siguiente con Kiwidiscovery.
Milford Sound
Nuestro viaje a Milford Sound duró doce horas ida y vuelta. Salimos temprano. La carretera rodea el lago, así que vas apreciando Queenstown desde otro lado.
Después de Te Anau el autobús hizo varias escalas, como la de Mirror Lakes, para ver mejor y hacer fotos del paisaje, aún nevado en las cumbres. Según íbamos subiendo la nieve estaba más cerca y hacía más frío.

Camino a Milford Sound

Hacia Milford Sound
El techo acristalado del autobús te envolvía en el entorno. Después de pasar un túnel empezamos a descender hasta llegar a Milford Sound: un lugar de ensueño que recorrimos en un barco por el fiordo rodeado de montañas con algunas cascadas.

Milford Sound
Desde luego que este lugar, ahora con mucho turismo, debió de ser un hallazgo asombroso a los primeros exploradores que llegaron aquí a mediados del siglo XIX, después de que la expedición del Capitán Cook pasara por delante y no encontrara la entrada al fiordo. El nombre se debe al pueblo de uno de ellos. Ahora es el lugar más fotografiado de Nueva Zelanda; no en vano Rudyard Kipling la denominó “La octava maravilla del mundo”. Bueno, aunque esto último lo he sacado de la Wikipedia, la verdad es que sí que es una de las maravillas que hemos visto en este viaje.
Otros relatos de Nueva Zelanda:
Auckland, vivir entre volcanes
Rotorua, primavera en noviembre