En España sabemos que llega la Navidad porque a veces cae la nieve, nos ponemos un gorro, la noche se llena de luces, o porque nos empiezan a dar la matraca con la lotería… cosas como esta solemos decir en el hemisferio norte. La Navidad en Wellington, Nueva Zelanda, es diferente, pero es Navidad.
Navidad en Wellington, Nueva Zelanda
Empezamos la Navidad en WaiKanae, una localidad en el área de Wellington. De nuevo estuvimos en un intercambio de casa. Nuestros anfitriones recibieron la primera postal navideña ¡el 20 de noviembre! No sólo es aquí, pues también en Tonga vimos que el 1 de noviembre estaban sacando los adornos navideños. A nosotros, que ya nos parece que la Navidad empieza muy temprano en España, esto nos parece demasiado pronto.
En Wellington nos sorprendió ver un cartel que anunciaba el desfile de Santa Claus para el 12 de noviembre, así que ya nos lo habíamos perdido. ¡Lo que son las cosas, aquí te despistas y se ha pasado la fiesta sin haber llegado el día!
Otra cosa muy curiosa es ver los escaparates navideños con los maniquís en biquini. Es como que no nos cuadra, pero es hora de ir pensando en los regalos; como nuestros anfitriones, que todos los días salían de compras navideñas para sus ocho hijos y dieciséis nietos, los cuales vendrán a pasar la Navidad con ellos.
Camino a Waikanae
Llegamos a Waikanae en un autocar de Nakedbus desde Rotorua pasando por el lago Taupo y por el Parque Nacional de Tongariro. Sorprende lo verde que es esta isla y la cantidad de ovejas y vacas que hay. Eso sí, no ves ni un pastor porque aquí, por lo visto, no se necesitan. Están pastando tranquilamente día y noche en el prado. No hay peligro porque no hay ningún depredador. En Nueva Zelanda no había ningún tipo de mamífero terrestre antes de la llegada de los europeos. Sólo había aves y reptiles, todos totalmente inofensivos y sin veneno.
A mitad de camino paramos en un lugar muy agradable a tomar café y ¡que quede constancia aquí de lo bueno que están los cafés en Nueva Zelanda! Nada que ver con los de los Starbucks, de los que ya nos empezábamos a hartar en EEUU y Canadá. Debe ser por la cantidad de italianos que emigraron aquí.
Peter nos estaba esperando con el coche para llevarnos a casa, donde May nos recibió con mucho cariño y una copa de vino. Comiendo compartimos muchas experiencias y hablamos de nuestras respectivas familias.
Frente a la isla de Kapiti
Al día siguiente salimos con el coche que nos dejaron a conocer la costa de Kapiti: hay largas playas de arena gris, con oleaje continuo y la isla de Kapiti en frente, protegida por ser lugar donde anidan muchas aves migratorias. Se necesita un permiso para ir porque hay un límite de visitantes por día y en esta época era fácil de obtener pero decidimos no visitarla porque no teníamos muchos días y nos conformamos con los paseos por Waikanae y Paraparamuru, viendo practicar el kitesurfing.
En estos trayectos cortos nos fuimos entrenando a conducir por la izquierda, lo cual resulta difícil al principio pues es como volver a aprender de nuevo: mira primero a la derecha antes de incorporarte a la carretera, mira por el retrovisor que está al otro lado, piensa donde está el intermitente, coge las referencias de nuevo. Hay que estar con mucho cuidado, darte algún susto que otro y luego te acostumbras, aunque suelen pasar cosas como que entras a una gasolinera por donde todos salen, te subes a algún bordillo o cosas así.
La tarta Paulova
Un día cenamos lasaña muy buena que había hecho May y la típica tarta neozelandesa Paulova, que le debe su nombre a la famosa bailarina que vino a actuar en 1920 y en su honor crearon un pastel de merengue, nata y fruta que está riquísimo. Nosotros hicimos otro día tortilla, paella y pan con tomate y prosciutto italiano, pues no se suele encontrar jamón serrano.
Wellington
Un día entero lo dedicamos a Wellington, que es la capital del país desde 1865. La ciudad está asentada sobre una falla que pasa por el centro de la ciudad por lo que ésta es propensa a sufrir terremotos.
Desde Waikanae cogimos el tren urbano, que sale barato y es cómodo pues te deja en el centro de Wellington.
La ciudad tiene una estructura algo diferente a otras ciudades que hemos conocido en el nuevo mundo pues alguna calle no es tan rectilínea, tiene alguna plazoleta, callejuelas y pasajes. Es la ciudad con más vida cultural del país y la gran atracción que nos ha traído aquí: el Te Papa, edificio moderno sede del Museo de Nueva Zelanda, muy interesante y, además, gratuito.
Tiene un apartado donde se explica cómo las placas tectónicas, los terremotos, los volcanes y el agua han conformado el paisaje de Nueva Zelanda. Otra parte está dedicada a la flora, la fauna, a la población, la cultura y la historia del país. Es entretenido y ameno a la vez que sirve para aprender.
En el camino a la estación de tren pudimos ver a muchos wellingtonianos que salían de trabajar y nos llamó la atención que aquí se toman muy en serio lo de All blacks pues la mayoría van vestidos de negro.
Volvimos otro día a Wellington, tras habernos despedido de May y de Peter para coger el Ferry a Picton y empezar una nueva aventura en la Isla Sur.
Al cabo de un año recibimos a Peter y May en Burgos, fue un placer enseñarles la ciudad y tomar pinchos y vinos por el centro de la ciudad, les gustó mucho este ambiente tan nuestro. Compartir de nuevo con quien te ha alojado en su casa para nosotros siempre ha sido uno de los mejores aspectos del intercambio de casas.